lunes, 4 de septiembre de 2017

Pico Santa Cruz (Sierra de Alaiz)




Domingo 3 de septiembre de 2017


En este final del verano, con los campos secos, la mirada se pierde hacia el N. y encuentra la sierra de Alaiz como una muralla que cierra el paisaje. Apetece disfrutar de las hayas y los bojes. En menos de media hora de coche nos vamos a presentar en Guerendiain y seguiremos los pasos del guerrillero de ficción, Félix de Ezperun. 
Son las 08,00 horas. La temperatura es fresca pero agradadable: 19º. El cielo está gris, nuboso, pero no hay riesgo de lluvia. 

Ni en invierno ni en verano, dejes en casa el sayo. 

A las 08,30 horas aparcamos en Guerendiain. Damián está solo. Su galga Vera se ha lesionado y tiene que convalecer en casa.


De lo alto del pueblo, una vez visitada la fuente, nace un ancho camino a la dcha. que nos va a subir a la sierra. 
La vegetación está verde y fresca. 


Un pequeño hito nos indica que nos hallamos ante los cerezos del señor Ramoncho. 
Seguimos ascendiendo. Nuestro objetivo es llegar a la cima del monte Alastrain y, después, subir hasta el Pico Santa Cruz. 


Los primeros quitameriendas de la temporada se dejan ver a lo largo del recorrido. Los días, casi sin darnos cuenta, van acortando. El otoño está a la vuelta de la esquina y el tiempo frío y, esperemos, lluvioso, transformará el paisaje, tanto en el campo como en la ciudad.


Pronto el camino se transforma en senda y la frondosidad del bosque nos asombra una vez más. 
Un chico joven, con un perrico de, nos dice, sólo dos meses ya está de vuelta de la cima. 
- "En veinte minutos estáis arriba"
- "No, porque antes vamos a Alastrain"

Seguimos nuestra ruta. El bosque enamora. Grandes hayas conviven con los bojes y alguna mata de acebo. 
Salimos a una campa y, por terreno despejado, afrontamos el último repecho hasta nuestra primera parada. 
Algunos escalones de rocas hacen incómodo el acercamiento pero ha merecido la pena llegar hasta allí. 


09,55 horas. Monte Alastrain. No tiene placa ni buzón. Es un auténtico balcón. Pamplona se extiende en la llanura de la Cuenca. La pista de aterrizaje de Noain parece una gruesa raya negruzca. La peña de Etxauri, Txurregui, Erga y San Cristóbal flanquean el valle como si fueran grandes baluartes. En el E. la Higa e Izaga dan paso a los Pirineos que, como una dentadura desportillada, se recorta en el firmamento. Aprovechamos el lugar para almorzar. 
Volvemos otra vez a la campa y entramos de nuevo en el bosque.


Otra vez nos impresiona la magia del arbolado. 
Un muchacho, que como nosostros ha dejado el coche en Guerendiain, nos dice que viene del interior de Alaiz. No conoce el Santa Cruz aunque parece que frecuenta el lugar. 
Después de pasar una cerca, llegamos a lo que podríamos denominar la antecima. En el interior de un montón de piedras, tres montañeros de Estella han dejado la tarjeta de su club. 
Seguimos unos metros adelante y llegamos. 
11,10 horas. Pico Santa Cruz. 
Las piedras, colocadas como un cahír, forman el único elemento que indica la cima. 




Con dos bastones formamos una cruz y dejamos constancia de nuestra presencia. 
Descendemos por otra vertiente, junto a una alambrada, que nos hace tomar muchas precauciones.

Con el enfado todavía rondándole la cabeza Félix se dirige al Alto de la Cruz, un cerro que hay sobre la borda, al que llega en pocos minutos. Le arde la sangre, no para ni un instante a recuperar el aliento. Sólo cuando está arriba, se sienta y descansa.
Desde lo alto, se puede contemplar toda la comarca de Pamplona. Es un auténtico mirador natural. Mientras alguna campana abajo en el valle marca las seis de la tarde, el sol inicia su ocaso. Félix escudriña impaciente el entorno de Pamplona, deseoso de descubrir algún signo de los franceses que Esteban aseguró el sábado que llegarían pronto a Pamplona, pero no ve nada. Sigue mirando, pero el sol ya oculta sus rayos y no conviene esperar para bajar a oscuras. Se levanta y se dirige a la senda.  (Félix de Ezperun, un guerrillero navarro. Lobos del norte – I) (Ignacio Alli Turrillas)




El bosque cambia por completo. Una repoblación de pinos ocupa toda la ladera. 
En el fondo del valle hay que girar a la izda. 


Estamos en zona de palomeras y los avisos son claros. 
Volvemos a caminar por un bosque de hayas precioso. El terreno es llano y agradable.



Un chabisque, a modo de refugio, y algunos balcones en los altos nos llevan hasta el desvío que tenemos que tomar. 
Las voces que vienen de la espesura nos avisan de que no estamos solos. Un matrimonio de Tafalla con sus hijos también ha decidido aprovechar la mañana por estos parajes. 
Abandonamos el camino ancho y comenzamos a descender por el inicio del barranco de Arlecoa. 
Mitad camino, mitad barranco, la pendiente es pronunciada.


Es poco transitado, pero no desconocido. 
Salimos a un camino ancho y torcemos a la izda. 
La bajada es incómoda. La piedra suelta y la pendiente hacen trabajar a las piernas con más esfuerzo que en toda la mañana. 
Cuando damos vista a Ezperun, abandonamos la pistas y entramos, por senda estrecha, en el Camino de Santiago Aragónes.


La Vía Tolosana, como también se le conoce, va por la ladera, serpenteando y haciendo subidas y bajadas. 
12,50 horas. Hacemos una breve parada en una antigua caseta en ruinas. 




Dos cruces y flores artificiales forman un pequeño túmulo donde, seguramente, habrán depositado las cenizas de difuntos. 


Una imagen de San Francisco Javier nos hace sospechar que serían paisanos nuestros. 
Continuamos por la estrecha senda hasta que llegamos al pueblo. 
13,10 horas. Guerendiain.




Un vecino del pueblo tiene encendida una barbacoa para preparar la comida, lo que nos recuerda que tenemos que volver a casa y preparar la nuestra. 
Nos despedimos de Damián y regresamos. 
Hoy hemos descubierto otro paraíso cercano. 








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