lunes, 21 de diciembre de 2015

Una caseta en Romerales



Domingo, 20 de diciembre de 2015


Un año más aprovechamos este domingo anterior a la Nochebuena para visitar el lugar donde se esparcieron las cenizas de Manolo Iriso. Casi se puede decir que ya es una tradición; desde que murió, nos acercamos por allí cada año en estas fechas. 
El paraje conocido como Las Rocas está en los Altos del Planillo. 
Manolo lo llamaba los "santos lugares". En noviembre de 2011 tuve un recuerdo para él en este blog
Son las 08,00 horas. Magán marca 7º y la farmacia 5º. El cielo está despejado y no anda ni un pelo de aire.

Sol de invierno, caricia de yerno.

Desde casa de Rosa y Juanjo subimos a Galloscantan. 
En el Caracierzo de la Celada, las viñas están ya desnudas.


El amanecer rojizo anuncia mudanza. Las predicciones meteorológicas no lo creen así. Veremos quién está equivocado. 


Junto a la cruz que apareció hace unos meses, el sembrado pone color a los cantillos parduscos. 
Cruzamos la carretera de Miranda y, en el camino del Planillo, tomamos el segundo desvío a la izda. 


Por debajo de la hípica, nos aproximamos a la Laguna.
El terreno está bueno para andar. La falta de lluvias, desde el 25 de noviembre no ha caído ni una gota, ha evitado que la parte final, que transcurre junto a la balsa, se haya convertido en un lodazal. En este tiempo, en un otoño normal de aguas, esta zona es intransitable. 


El pequeño barranco que sirve de aliviadero de la Laguna está en calma. Las aguas mansas buscan la manera más fácil de llegar hasta Valditrés. 


Una corta y suave cuesta nos acerca hasta el Caserío de La Laguna, o la "Laúna", como dice la gente del campo.
La estrecha carretera asfaltada termina en el antiguo vertedero. 
Donde el camino alcanza su máxima altura, nos detenemos a disfrutar del paisaje. 


La Balsa de Romerales rebosa de agua. Los cerros que la rodean está poblados de pinos y romeros. 


La pieza que se interpone entre nosotros nos obliga a orillarla. Los pequeños brotes muestran, todavía, la semilla. Son guisantes.
09,20 horas. Balsa de Romerales.


La calma es total. La mañana está fría, pero la ausencia de viento engaña al termómetro. 
Disfrutamos del paisaje.


Romerales es un lugar sorprendente: En invierno, la sensación de frío y desolación es tal que te llega a estremecer. En cambio, en primavera, los romeros se llenan de flores. El canto de los pájaros y el verdor renovado de los pinares transmiten una calidez y una hermosura difíciles de encontrar en otras partes del término.
Continuamos por camino que discurre junto al pinar. Vamos hacia Valditrés. 
A mitad del trayecto, decidimos adentrarnos en una senda ancha y vieja, medio abandonada.


La decisión es acertada. El camino es cada vez más ancho. La vegetación casi lo oculta, pero es cómodo y agradable para andar.
Zigzagueando entre pinos, romeros, ilagas y tomillos, llegamos a un extenso carrizal. El camino continúa por su orilla.


En una curva, en lo alto del ribazo, un magnífico mojón de la Cañada nos obliga  a detenernos. 


Unos metros adelante llegamos a una zona donde proliferan los cados. Son grandes, impresionantes. ¿Qué animales los utilizan? ¿Zorros, tejones? 
10,20 horas. En un carasol encontramos un par de piedras rodeadas de musgo y aprovechamos para echar un bocado. 
Seguimos caminando hasta que divisamos una caseta de buena construcción. 
Bajamos a la pieza próxima y llegamos hasta ella. 


Es sólida y trabajada a conciencia. 
El interior es curioso. 


Ha sido excavado en el cerro y las tres paredes son de tierra. 
La ausencia de tejas o lajas ha dejado al desnudo la viga central y los solivos. Las humedades y el sol se encargarán, antes o después, del derrumbe. 
Del cerro bajamos a los campos de labor. 
Un pequeño puente de piedra permite cruzar el Barranco de Rentería. 
Por la orilla de un maizal salimos al camino que baja a Valditrés. 

Una vieja sabina, muy conocida nuestra, nos indica el camino por el que tenemos que subir a Las Rocas. 
A la izda. del camino, cuando el otoño ha ido húmedo, salen unos extensos setales. A Juanjo, aficionado a la micología, se le hace la boca agua. Hoy, sin embargo, toda esa zona es un secarral. 
El trayecto tiene un par de cuestas que obligan a aminorar el paso. 
11,10 horas. Las Rocas. 
El pino, la base de hormigón y el mojón de la Cañada siguen intactos.


En la ladera que se asoma a las fuentes de Porputiain, la pequeña piedra labrada que se colocó en recuerdo de Manolo, está rodeada de flores artificiales. 
Se ha puesto en alguna ocasión alguna planta natural de pino o ciprés, pero la dureza del terreno y del clima, ha impedido su crecimiento. 
Bajamos hacia El Planillo.


En una viña, a la orilla del camino, Juanjo se agacha y nos muestra unas plantas. ¡Amapolas en Diciembre! Definitivamente el tiempo está loco.

"Por estas fechas de diciembre son abundantes las efemérides relativas a los tiempos propios de invierno. Pero no son desconocidas las alusiones a tiempos más sorprendentes como los golpes de calor y las sequías. 
En 1899 no había caído una gota de agua desde hacía mucho tiempo; según el cronista un año que no tenía precedentes en todo el siglo. En 1904 las gentes de Pamplona disfrutaban de una temperatura primaveral con un tiempo espléndido que aprovechaban para dar grandes paseos; ante la pertinaz sequía se celebró un novenario de rogativas implorando el beneficio de la lluvia. En 1912 los labradores de Tudela no habían podido sembrar ya que no había caído una gota desde el 30 de abril. En 1925 se desencadenó en Pamplona un fuerte huracán del sur, que dio lugar a un cambio brusco, pasando del frío al calor, la nieve de las montañas comenzó a fundirse rápidamente. En 1934 tenían jornadas veraniegas en Pamplona debido a la llegada de una ola de bochorno que estaba ocasionando molestias (...) (Javier M. Pejenaute) (Veranillo en diciembre, en Diario de Navarra, 19/12/2015)
Una vez rebasada la hípica, llegamos al camino que hemos traído por la mañana. 
Cruzamos nuevamente la carretera de Miranda y subimos por las cercanás de Margalla. 


En el cruce de caminos que conduce al cementerio, la vieja lápida nos mira al pasar. 
Por la zona de chalets, entramos en el pueblo. Son las 12,10 horas
En algunos balcones los Papás Noel y los Olentzeros trepan en un intento desesperado por alcanzar la barandilla. Las bombillas de colores, desangeladas durante el día, pondrán una nota navideña en las noches largas y oscuras. 



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