lunes, 10 de diciembre de 2012

La Irlanda tafallesa



 Domingo, 9 de Diciembre de 2012

En menos de quince días se nos echa el invierno y siempre digo que al Saso hay que ir a finales del otoño y a comienzos de la primavera.  
Son las 08,00 horas. Magán marca 4º y la farmacia 2º. El día está frío, pero con ese cielo tan azul y limpio ¿quién se resiste a quedarse en casa?
Cruzamos el Plano en coche. Algunos cazadores, poco más madrugadores que nosotros, han soltado los perros de sus remolques. Éstos, inquietos, corretean  alegres sin dejar de olisquear cada encina que se encuentran en sus alborozados juegos. 
08,15 horas. Aparcamos en la Chiquitina. En el Saso no hay nadie. En una extensión tan grande, la soledad se hace más patente. 
El Saso tafallés tiene una extensión de 1.774 Ha, lo que equivale a 2.304 campos de fútbol como el San Francisco, donde juega la Peña Sport. 
No he querido poner el tópico: "para que nos hagamos una idea..." porque no hay nadie que se pueda imaginar las dimensiones de tantos campos de fútbol juntos. 
Salimos en dirección S.E. tomando el primer camino a la izda.






Las aguas otoñales han hecho destrozos en los caminos. Ha llovido mucho y con fuerza. 
En la ladera del Plano, extendiéndose hasta los confines de las Zorreras, los maíces esperan pacientemente a que los recolecten. 




08,50 horas. Abandonamos el camino y por suave pendiente subimos hasta el cogote en donde se asienta el Corral de Esteban en ruinas. 






"Debieron de existir viviendas rurales desde tiempos antiguos diseminadas por el término. La cerámica romana descubierta en una finca del Busquil en el Monte, parece confirmarlo. La mayor parte de los caseríos existentes datan del siglo XIX, muchos de ellos construidos por los corraliceros compradores del comunal. Se da la circunstancia curiosa de que unos son conocidos por el nombre o apodo del propietario (Camón, la Escolara, Sánchez, Cortés, Navascuesa, Chiquitina) y otros por los del cabeza de familia inquilina que vivía en ellos (Agustín, Gregorico, Esteban, Manuel). Al quedar deshabitados, algunos han sido reformados y convertidos en corrales. (J.M. Jimeno Jurío)(Toponimia Histórico-Etnográfica de Tafalla)







Los alrededores del corral están plagados de cados de conejos. Algunos cazadores suelen "trabajarse" esta zona hasta el Corral de Arroyo, en Olite. 


Volvemos al camino principal y caminamos en dirección S. Los molinos de Moncayuelo agitan sus aspas empujadas por el frío viento que viene del N. En la barrancada que baja desde el Plano hacia Miranda hay una repoblación de tamarices. Pequeños y mustios, están ateridos. Antes de iniciar la subida al caserío, observamos que la Balsa Nueva no está helada. 



09,30 horas. Estamos en la Navascuesa. Buscamos un abrigo para almorzar. Media docena de cabras no nos quitan ojo. Por la cañada vemos acercarse una pequeña furgoneta blanca. 
El día está tan claro que, desde donde estamos, parece que podemos tocar Moncayuelo con los dedos.  
En el abrigo de una tapia, el bocadillo sabe a gloria. La furgoneta que hemos visto por la cañada sube hasta donde estamos y pasa de largo. Miramos a nuestro alrededor y Juanjo me sugiere el título de hoy. Las lomas suaves se suceden. Los sembrados y barbechos verdean tímidamente. En un mes todo estará verde y limpio.





Sin darnos cuenta se presenta junto a nosotros Reinaldo, el pastor. 
Tiene ganas de hablar y nosotros aún más de escucharle. 
Nos cuenta, entre otras cosas, que el 1 de Enero de 1948, con 17 años lo mandaron sus padres desde Añorbe a Tafalla andando por caminos. No tenían dinero ni para pagarle un billete de tren. Medio desnudo y hambriento venía a colocarse de pastor en casa de Gregorio Izco. Le pagaba un duro y la manutención. 
Con trabajo y tesón pasó de sus primeras nueve ovejas a las que ahora tiene junto con sus hijos,  unas dos mil.  
Le decimos que vamos echar un vistazo al pozo Zacanatero. Nos da un dato interesante. El pozo tiene unos tres metros y medio de profundidad pero ahora está lleno de jasa y por eso a nosotros nos parece pequeño. No tiene manantío, sino que es un aljibe. Recogía las aguas de los alrededores tan necesarias para subsistir en el estiaje. Él ha bebido muchas veces allí. 
Nos quedaríamos toda la mañana hablando con Reinaldo, pero hay que volver. Nos comprometemos a una conversación larga en Enero. 
Bajamos en dirección S. hasta llegar a la Cañada. Enseguida la abandonamos y tomamos el camino que, torciendo unos metros más adelante, nos lleva en dirección N. 




Estamos cerca del pozo. Aunque hace sol, el frío, empujado por el viento, nos recuerda que esto es El Saso y que estamos a finales del otoño. Bordeamos un sembrad porque en el centro tiene un regacho de agua que lo convierte en una badina. Llegamos al cerro del pozo por el lado contrario al que lo hacemos siempre. 







10,35 horas. Pozo Zacanetero. Somos de la misma opinión de Reinaldo. Si no sabes dónde está, es difícil de encontrar.  






Apartamos las piedras que sirven de tapadera y, por primera vez, lo vemos con agua y casi hasta el borde. En los alrededores hay restos de cerámica. El terreno está poblado por el esparto. 
Bajamos al camino principal que está junto a la Balsa de Justo. 


Tomamos el que asciende perpendicular a éste. 
11,00 horas. Dominando toda la hondonada del Saso, el Caserío de Gregorico, resiste la soledad y el abandono. En el cobertizo cercano a la casa, las placas de Valeriano Iriso y de Gregorico nos hablan de vidas duras y de grandes esperanzas. 
En la lejanía Montejurra y Yoar nos señalan la Sierra de Andía y San Donato nevado. En el N. la Higa de Monreal nos presenta a su vecina la Peña de Izaga. Al S., solitario e imponente, el Moncayo se ha vestido de blanco para recibir al invierno. Mucho más cerca, Moncayuelo, parece decirnos que él también tiene su altitud; poca, pero la tiene. 
Por el camino que sale hacia el N. bajamos al principal y llegamos a la Chiquitina. 
En el Plano hay cazadores. Algunos nos saludan moviendo la cabeza. 
Al pasar junto a la Fuente de Resano, el diámetro del caño no da abasto para echar tanta agua. Entre bromas comentamos que para medir su caudal tendremos que venir con una garrafa de boca ancha. 

En el coche ponemos la calefacción. El día está bueno para andar, pero cuando te paras, se agradece el calor. 











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